
Lo que más le gustaba a mi madre decirme era, “No soy tu amiga.” Seguido me diría, “Eres mi hijo primogénito, mi único hijo,” como recordatorio para no morir. Amaba decir, como para mantenerme humilde, “Yo no tuve una madre. Tú tienes suerte. Tú tienes una madre.”
Cuando la tele se apagó, mi madre dijo, “Qué bueno. Ahora puedes leer más.” Luego, nuestra casa en las faldas de un monte perdió toda su vida: gas, agua, lo eléctrico.
Un día llegué a casa al cálido aroma de pollo y arroz. No había podido robarme una segunda hamburguesa en la cafetería de la escuela ese día. Mi estómago lloraba. En casa, el refri se había vuelto un ataúd que no lleva nada. La estufa y el horno eran pura decoración con la intención de hacer ver la caja moribunda como un hogar. El hambre pintaba esos días.
“¿De dónde es esto?” pregunté, de una vez sirviéndome una porción saludable de una olla gris desgastada.
Mi madre pretendió no escucharme. Estaba estudiando las páginas de su masiva biblia blanca en la mesa de la cocina. Anchas hojas de luz atravesaban la ventana y la cubrían. Pasaba sus días leyendo esa enorme biblia. Las páginas se deterioraban a finas láminas con sus dedos revoloteando de salmo a salmo. Ella estaría dormida al primer salpicón del atardecer. Yo, por otro lado, estaría despierto por horas. Intentando hacer tarea con el brillo azul de mi celular, aferrándome a su luz hasta que se me muera. En la noche, el hambre y yo nos acurrucamos juntos. Me quedaba dormido pensando que un día yo podría cambiarlo todo.
Esa tarde me comí el pollo y el arroz. Sabía a pimienta y humo. “¿Cómo hiciste esto, Mamá?” pregunté de nuevo. Me miró por encima de su biblia. “Auwrade. ¿Oraste antes de comer? ¿Recitaste tus salmos hoy?” Comí rápido, ávidamente. Mastiqué los huesos hasta que se hicieron astillas en mi boca.
Otra cosa que mi madre decía seguido: “Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.”
Luego, cuando estaba en el jardín, dudoso de regresar a la caja moribunda mientras el sol se sumergía, encontré un cachito de pasto quemado y un pequeño círculo de rocas y piedritas ennegrecidas. Una luna de ceniza marcada en un mar del salvaje pasto verde. Toqué una piedra gris parcialmente ennegrecida por flamas para ver si seguía caliente. Me sentí orgulloso y avergonzado.
Para que quede claro, sé que tuve suerte, sé que tengo suerte, no creo que eres estúpida, sé que no soy tu amigo, espero que puedas estar orgullosa de mí.
“Things My Mother Said”—extraído del libro Friday Black publicado en Octubre del 2018.