
“Pero, si me preguntan a mí,” dijo Indiana Jones, “pertenece en un museo.”
Hizo una pausa para que eso pegara.
Estaba sentado en el escenario enfrente de la moderadora, una mujer india cuyo nombre había fracasado en recordar. Sus piernas estaban cruzadas por la rodilla. (Las piernas sí las recordaría.) Tomó el vaso de agua de la diminuta mesa entre ellos y bebió.
La moderadora descruzó las piernas y volteó hacia la audiencia. “Hagamos una pausa aquí para tomar preguntas.”
Él siguió la mirada de la moderadora hacia las masas de gente, desbordando por los pasillos, pegadas a la pared. Por primera vez en la noche, intentó distinguir caras. Muchas de ellas eran de color. Caras de color. No es algo malo. Su mejor amigo era egipcio.
Un micrófono le fue dado al primer cuestionador, un hombre de piel café. “Gracias por su discurso, Dr. Jones. Me pregunto sobre la aldea india, la que lo mandó a usted a su misión de rescatar una piedra mística.”
“La piedra Sankara, correcto. Los aldeanos me mandaron a recuperarla y salvar a sus niños secuestrados de un culto demoníaco.”
“Me preguntaba cómo se llamaba esa aldea.”
“No lo recuerdo.”
“¿No lo recuerda?”
“Acababa de bajar en una balsa por una cascada. Me perdonarán si no recuerdo el nombre de la aldea.” Indy sonrió de un modo que esperaba fuera encantador.
“¿Creo que era Mayapur?” la moderadora intervino, consultando sus notas.
“Eso mero, Mayapur,” Indy dijo. “Y el líder de la aldea se llamaba Chamán.”
“Chamán,” el cuestionador dijo. “Solo… Chamán.”
“Correcto.”
“Entonces si fuera a Mayapur y fuera por ahí preguntando por un tipo que se llama Chamán, la gente estaría como, ah sí, Chamán, vive por, no sé, la Calle Cherokee.”
“Mira, viejo, no sé cual es tu problema—”
“Mi problema es que todos estos nombres suenan inventados.”
“Todos los nombres son inventados. Hey, a mi me dieron el nombre de mi mascota, ¡un perro!”
Algunas personas se rieron. Indy solicitó la siguiente pregunta.
Vino de una mujer bonita en una falda apretada. “Hola, Dr. Jones,” dijo ella, y, conforme prosiguió, él se encontró recordando a una estudiante, una niña, de sus días de profesor. “¿Usted mencionó que, en el banquete del maharajá, fue servido un postre de sesos de mono congelados?”
Él asintió con la cabeza, aún pensando en la estudiante que solía sentarse en la primera fila de su clase de historia. Una vez, en sus párpados, ella le había escrito un mensaje. “Te” en su párpado derecho, y “Amo” en el izquierdo.
“Algunos dicen que esta idea de los asiáticos comiendo sesos de mono es una leyenda urbana, basada en un malentendido del chino hóu tóu gū, que traducido es ‘hongo cabeza de mono.’ ¿Podría ser que usted comió sopa de hongo cabeza de mono? Es un platillo manchuriano.”
Indy recordó la manera en que su ex-estudiante había cerrado y abierto los ojos. Te amo. Te amo. Era más o menos repugnante pensar en ella escribiendo en sus propios párpados. Pero más o menos asombroso, también. ¿Qué no haría ella?
“¿Dr. Jones?” la cuestionadora dijo.
Indy miró a la moderadora, quien también lo estaba mirando a él, de manera ilegible. “Solo comí lo que me dijeron que comiera,” dijo.
Silencio. Bebió un largo trago de agua.
El mundo se ha vuelto hostil a su forma de investigación. Lo que no daría por estar de regreso en las junglas de Honduras o saltando entre trenes a través de una Europa ocupada por nazis, donde él podría dejar que su látigo hablara. Había aceptado esta chamba por los honorarios, más que nada.
Para la pregunta final, la moderadora señaló a una mujer diminuta con cabello negro ondulante. “Sr. Jones,” dijo ella, ya fastidiándolo, ya que él tenía un doctorado. “¿Cómo respondería al reclamo de que usted es más roba-tumbas que arqueólogo? ¿Y hay algún mérito en el argumento de que estas reliquias no pertenecen a museos europeos, sino a los lugares de donde han sido saqueadas?”
“¿Sabes qué?” Indy dijo. “Tengo un par de preguntas. ¿Alguna vez te han azotado a latigazos y alimentado la sangre de Kali a la fuerza? ¿Has sido lisiada por una muñeca de vudú? Yo ya hice todo eso, no por mí mismo, sino por los aldeanos de esa aldea y sus niños. Yo soy el bueno aquí, no el malo.”
“Dr. Jones,” la moderadora dijo, “la pregunta tenía que ver con objetos robados—”
“Bueno, pues adivinen qué, el tiro les sale por la culata…” Su voz se fue perdiendo. Él estaba pensando en el Santo Grial, la copa del rey de reyes, cayendo fuera de su alcance, cayendo a un abismo debajo del Templo del Sol. ¿Y no era siempre así? ¿No lo había eludido finalmente cada objeto que había amado, desapareciendo aún más en la bóveda de la historia? Silenciosamente dijo, “nunca he puesto nada en un museo.”
Miró al piso. El murmullo general era insoportablemente doloroso.
Finalmente, escuchó la gentil voz de la moderadora: “Indiana… Indiana…”
Su tono sonaba tanto como el de su padre en ese momento. Miró en sus cálidos ojos cafés.
“Indy, te trajimos aquí para hablar.”
“Estoy hablando.”
“No, para que nosotros pudiéramos hablar contigo.” Le dio una sonrisa con simpatía. “Indy, la verdad es que a muchos de nosotros nos pareces muy heróico y muy sexy. Pero esta misión en India es confusa. Por un lado, estamos halagados. Por otro lado, estamos enojados. Es que es un círculo muy difícil de cuadrar, ¿sabes?”
Indy suspiró; él lo sabía. Las cosas se pusieron raras en India. En el fondo, él siempre lo había sabido.
“¿Podemos estar de acuerdo, Indy, en que India fue un paso en falso? ¿En que deberías quedarte solo con lo de luchar contra nazis?”
“Teoréticamente, seguro, pero el partido nazi ha desaparecido.”
“Y aún así todavía hay nazis. Siempre habrá nazis.”
Frunció el ceño, sospechoso. Cuando miró hacia la audiencia, podía ver olas de caras asintiendo, confirmando la perdurable presencia de nazis. Su mirada se fijó en el signo rojo de salida, brillando como la ardiente piedra Sankara.
“Bueno, entonces,” dijo, “supongo que tengo trabajo qué hacer.”
Estiró sus brazos debajo de la silla para recuperar el fedora que había guardado detrás de sus tobillos todo este tiempo, el sombrero que lo había visto cruzar cada aventura, y se lo puso en la cabeza. Se levantó y trotó hacia un lado, bajando las escaleras. Mientras iba por el pasillo central, la gente comenzó a aplaudir, con incertidumbre al principio. No importaba. Él estaba agradecido. Lo habían salvado.
“The South Asian Speakers Series Presents the Archeologist and Adventurer Indiana Jones”—extraído de la revista The New Yorker publicada el 27 de agosto del 2020.